La victoria que los reinos cristianos consiguieron frente el imperio Almohade en 1212, fue algo más que un mero hecho de armas, fue el mayor conflicto bélico acaecido en la época y cuyas consecuencias marcaron el destino de España a favor de los reinos cristianos frenando el ímpetu expansionista del islam en Europa occidental y terminando con la expulsión de los árabes de la península bajo el mandato de los Reyes Católicos.
CONTEXTO HISTORICO
A principios del siglo XII se unificaron varias tribus bereberes en el norte de África y el Magreb bajo la influencia de una profunda renovación religiosa. Los almohades (los unitarios) defendían la unidad de la fe islámica en Alá y rechazaban el papel de los santones en la religión. Su fundador fue el autoproclamado Gran Mahdib Muhammad ibn Tumart y bajo el mandato de Abl Al-Mumin, que se proclamó califa, se llegó a conquistar Túnez.
En 1147, los almohades dieron el salto a España, aprovechando la decadencia que llevó a la fragmentación del imperio almorávide en un gran mosaico de reinos llamados de Taifas.
Estos reinos intentaron con la ayuda de los reinos cristianos del norte, ofrecer una fuerte resistencia, pero tras una cruenta guerra los almohades se hacen con el control de toda la España musulmana, estableciendo su capital en Ysbilia (la actual Sevilla).
A pesar de su conquista, no consiguieron adherirse a la población autóctona andalusí, por la excesiva crueldad que mostraron ante sus enemigos derrotados almorávides, y por la rigurosidad en el planteamiento de la fe islámica. Esto, como veremos más tarde, queda patente en los hechos de la batalla.
La unidad política que formaron, pronto dio sus frutos en los campos de batalla, no solo frenando la expansión hacia el sur de los reinos cristianos, sino que amenazaron los territorios más ricos y que habían sido recientemente conquistados, con gran sacrificio.
Tras la secesión de el Reino de León del de Castilla y la terrible derrota que sufrió su Rey, Alfonso VIII y su alférez Diego López II de Haro en Alarcos, cerca de la actual Ciudad Real, contra las tropas almohades bajo el mando de Abū Yūsuf Ya'qūb al-Mansūr (Yusuf II), Abū Yahya ibn Abi Hafs (muerto en la batalla) y Pedro Fernández de Castro "el Castellano", las fuerzas de castilla quedaron gravemente mermadas y su reino gravemente desestabilizado.
Tras la batalla de Alarcos quedo despejado el camino hasta Toledo, pero por las terribles bajas producidas en la batalla, Abū Yūsuf decidió marchar hasta Sevilla para reponer sus tropas y tomar allí el nombre de al-Mansur Billah (el victorioso por Alá) (el famoso “moro Almanzor”). Tras esto cayeron todas las fortalezas de la región en manos almohades: Malagón, Benavente, Calatrava, Caracuel, Huete, Ucle, etc.
En los dos años siguientes devastó Extremadura, el valle del Tajo, La Mancha y toda el área cercana a Toledo, marcharon contra Montánchez, Trujillo, Plasencia, Talavera, Escalona y Maqueda, pero fueron rechazadas por Pedro Fernández de Castro "el Castellano", que tras la batalla de Alarcos, pasó a servir al rey Alfonso IX de León, quien le nombró su Mayordomo mayor. Estas expediciones no aportaron más terreno para el Califato. Aunque su diplomacia obtuvo una alianza con el rey Alfonso IX de León (que estaba enfurecido con el rey castellano por no haberle esperado antes de la batalla de Alarcos) y la neutralidad de Navarra y Portugal, todos pactos temporales.
Como hecho destacado de aquella época a favor de las tropas cristianas hay que destacar que en un golpe de mano, los caballeros calatravos, recuperaron el castillo de Salvatierra, junto a Sierra Morena en (1198) en los diecisiete años en los que la zona estuvo en poder almohade quedó como una posición aislada castellana, hasta que fue tomado en 1211.
PREPARACION PARA LA BATALLA
Para el rey Alfonso VIII era una prioridad el pactar con el resto de reinos cristianos de la península, y en ello se afanó desde 1208 hasta conseguir rubricar alianzas con los reinos de Aragón y Navarra. Pero esta empresa además necesitaba del empuje de la iglesia, así que el Rey apremio al arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada, a que intercediera por ante el papa Inocencio III, que finalmente proclamó la cruzada en España con las consiguientes bulas e indulgencias, esto atrajo a numerosos caballeros del centro/sur de Francia, como la intervención de los obispos de Narbona Burdeos y Nantes
Estas tropas centroeuropeas llamadas ultramontanas (de más allá de los pirineos) se unieron en Toledo a las castellanas del rey Alfonso VIII y las Catalano-Aragonesas de Pedro II, con sus respectivos monarcas al frente. Aunque tal concentración de tropas que habían abrazado las bulas papales pronto demostraron su fe, por ejemplo, los caballeros francos pasaron a cuchillo una gran cantidad de judíos toledanos, rompiendo así la armonía y la convivencia en una ciudad donde existía una cierta tolerancia al culto religioso. Esta actitud aceleró pronto la marcha hacia el sur del ejército (antes de que se produjese una revuelta) partiendo de Toledo el 20 de junio de 1212 con unos efectivos que rondarían los 100.000hombres (50.000 Castellanos, 20.000 Catalano-Aragoneses y 30.000 franceses y otras nacionalidades).
LA MARCHA
Las tropas extranjeras formaban la vanguardia de la columna e iban al mando del famoso alférez castellano Diego López II de Haro. Tras estos formaban el Rey Pedro II con toda la aristocracia Catalano-Aragonesa, su portaestandarte era Miguel de Luesia, tristemente fallecido un año más tarde en la trágica batalla de Muret. Los siguientes en la columna eran las tropas castellanas y las órdenes militares (Temple, San Juan, Calatrava, Santiago…). Y por último las tropas reclutadas por los concejos mandadas por Gonzalo Rodríguez Girón.
Se trataba, pues, de un ejército de grandes dimensiones para la época, teniendo en cuenta que en la batalla de Arsuf (1191) que enfrentó a los famosos dirigentes, Ricardo Corazón de León y Saladino , cada bando no contaba en su totalidad de más de 60.000 hombres, es decir, que la suma de todas las tropas al mando de Alfonso VIII rondarían la totalidad de los efectivos que participaron por parte de los dos bandos en la batalla de Arsuf, y la suma total de las caballerías contendientes no llegaban a los 18.000 jinetes, mientras que Alfonso tras la marcha de los caballeros francos contaba aun con unos 15.000 jinetes.
El primer acto de armas se produjo con la toma de la fortaleza de Malagón, cuya guarnición fue pasada completamente a cuchillo por los ultramontanos después de su rendición, desarmada y tras haber pactado su retirada sin represalias.
Dos días más tarde llega al lugar Alfonso VIII y enterado de los actos de los cruzados queda muy disgustado.
Tras este deleznable acto, las tropas cristianas continuaron su avance por el cauce del rio Guadiana, pero los musulmanes habían sembrado el lecho del rio con abrojos(pequeños pinchos metálicos de cuatro puntas diseñados de forma que al arrojarlos al suelo siempre queda una de las puntas hacia arriba) causando heridas a las caballerías.
El día 1 de julio pusieron sitio a la importante ciudad de Calatrava defendida por un afamado y querido caudillo andalusí llamado Abén Cadis, al que se le perdonó la vida junto con sus tropas y las gentes de la ciudad, tras la rendición de la plaza.
Realmente los dirigentes castellanos pretendían no desgastar sus tropas en combates menores y así llegar con el máximo de tropas frescas y efectivas al gran combate que se avecinaba.
Pero este acto que parecía carecer de importancia tuvo dos efectos importantes en el trascurso de los acontecimientos venideros.
1- Días mas tarde el Califa ordenó la decapitación del dirigente, por haberse rendido, entregando así intacta, tan importante plaza al enemigo, esto caló hondo y generó un gran malestar entre las ya descontentas tropas andalusíes que estaban siendo reclutadas para el combate por sus dirigentes almohades.
2- Después de no permitir a las tropas ultramontanas, sedientas de sangre y de riquezas masacrar a toda la población, estas optaron por marcharse, abandonando así el ejército y causando robos masacres y tropelías a su paso de regreso a Francia. Solo el obispo de Narbona y 150 de estos caballeros siguieron en las filas bajo las órdenes del Rey de Castilla.
Tras esta “pérdida” las tropas cristianas habían quedado muy mermadas aunque para paliar esta situación se unieron a la columna las tropas navarras Con su rey Sancho a la cabeza en la famosa villa de Alarcos, con unos 8.000 efectivos.
Esto hacia oscilar las tropas de las fuerzas cristianas en unos 15.000 jinetes y 65.000 infantes
Hay que reseñar que ni el rey de León, en clara pugna con el castellano, y que aprovechó la coyuntura para tomar algunas plazas castellanas e intentar conquistar Portugal, ni el rey de Portugal, ocupado en la defensa de su país, aportaron tropas a la gloriosa jornada que se avecinaba.
Así pues, tras tomar el puerto de montaña de Muradal unos 80.000 hombres hicieron noche en las estribaciones de Sierra Morena desde donde contemplaban crepitar los fuegos del campamento árabe situado al otro lado del desfiladero de la Losa
El ejercito almohade estaba comandado por el hijo del cuarto califa, Al-Nassir Mohammad ben Yussuf (el famoso Miramamolín). Su centro de abastecimiento estaba establecido en la actual Baeza. Sus fuerzas estaban compuestas por siete tribus del alto Atlas las tropas autóctonas andalusíes y voluntarios de todo el mundo musulmán atraídos por el grito de “Guerra Santa”.
Cabe destacar entre las filas almohades dos unidades.
La caballería Azgag, fieros jinetes reclutados en Egipto, en principio para combatir a los almorávides, y armados con un arco compuesto y con la habilidad de disparar en todas direcciones con una efectividad mortal, su destreza con la espada no era desdeñable, y tras agotar al enemigo con flechas y amagos constantes de cargas, podían realizar una carga en el momento más crucial para así acabar con sus enemigos.
Y la guardia negra, unos fanáticos dispuestos a dejar su vida defendiendo su posición, y por si esto no pudiera ser así se enterraban en una pequeña trinchera hasta la altura de las rodillas y se unían unos a otros encadenándose entre ellos, así solo les quedaba una opción, vencer o morir.
En total los efectivos musulmanes se calculan en unos 120.000 hombres, aunque algunos historiadores (cristianos claro) lo cifran hasta en 400.000 hombres.
MOVIMIENTOS PREVIOS A LA BATALLA
Miramamolín se regocijo al ser informado del abandono del ejército cristiano por parte de las tropas extranjeras. Así que conociendo las vicisitudes de las tropas cristianas para abastecerse pues su centro de avituallamiento lo tenían nada menos que en Toledo, los rigores del clima y del terreno, decidió cerrar los pasos de montaña con escuadrones de caballería , a sabiendas que el factor tiempo jugaba a su favor.
Alfonso VIII sabia que intentar forzar uno de esos estrechos desfiladeros de Sierra Morena, flanqueados de tropas enemigas que los atosigarían con saetas desde todas partes, haciendo blanco en sus tropas hacinadas en estrechos caminos, era rubricar la derrota segura. Pero la lejanía de sus centros de abastecimiento, ya hacia meya en sus tropas.
Cuando ya todo parecía perdido y no quedaba más que conformarse con una victoria parcial ante las fuerzas almohades, el noble catalán llamado Dalmau de Craixell conoció un pastor llamado Martin Halaja, que le mostro un paso no vigilado que les conduciría al otro lado de la garganta, a los altiplanos de la sierra, y se ofreció a guiar a todo el ejercito cristiano.
A este pobre pastor le robó todo el merito la mitología cristiana, haciéndolo pasar por San Isidro labrador.
Cuando la caballería árabe se percató del movimiento, intento cerrarles el paso, pero las tropas cristianas ya estaban firmemente afianzadas en terreno llano.
El 14 de julio todo el ejército cristiano había cruzado el “secreto desfiladero” (pues este no era nada más y nada menos que una calzada romana) y se colocaba en formación de batalla, aunque por el cansancio de la larga marcha, por senderos de montaña a marchas forzadas, se decidió esperar.
El día 15 de julio las tropas árabes se presentaron en formación de batalla en la llanura conocida como Las Navas de Tolosa para provocar al ejército cristiano que aun se recuperaba de la larga caminata, pero estos no cayeron en la trampa y decidieron aprovechar la ocasión que les habían dado sus enemigos para estudiar sus tropas y sus formaciones.
Al dia siguiente medirian sus fuerzas.
Al dia siguiente medirian sus fuerzas.